Me apreté el nudo de la corbata y me ajusté bien mi nuevo traje. Me abracé a mi padre, pero en realidad me abrazaba a toda la vida que dejaba atrás; a la madre que ya no estaba, a la hermana que se hizo mujer a mi lado, al barrio que me vio crecer , a la habitación con alas en la que volé por infinitos cielos, donde soñé miles de vidas. Cerré la puerta y ya no miré atrás. Y la vida empezó de nuevo. Se acercó un coche a la puerta de la iglesia, se bajó tu padre , lo rodeó por detrás y abrió la puerta trasera; como un río recién nacido que desciende por la colina, tu vestido llegó al suelo, al ritmo que le marcaba un frágil pie, envuelto por un delicado zapato blanco. Lentamente, a ese pie siguió una pierna, esbelta, hermosa, y una mano, envuelta por su guante emergió del interior, para ser asida por la de un padre emocionado a la par que triste ( ahora lo sé). Y así te vi salir del coche, pareciéndome que descendía una reina de un coche de caballos, una reina que sólo yo veía, atraves