Apenas hace un mes que ha muerto mi madre, y me encuentro en la cafetería de la Facultad, tratando de verla por última vez antes de que el verano nos separe quizá definitivamente. Al entrar por la puerta , ella es lo primero, o quizá lo único que veo. Hablamos largo rato, y a cada momento deseo pedirle que nos veamos por la tarde, y a cada momento no me atrevo. Si se lo pido, estoy seguro de que iremos construyendo un futuro juntos; estoy seguro de que pasearemos muchas tardes por el Madrid de los Austrias. Seguro que me acompañará por los momentos duros de mi vida, que me hará sentir único, amado, deseado, especial. Pero no me atrevo a pedírselo. Si se lo pido, estoy convencido de que en nuestra boda leeremos a Benedetti, el Principito, a Neruda. Iremos a conciertos de Ismael Serrano, a pequeños cafés donde nos amaremos, o nos dejaremos infinitas veces. Pero no me atrevo a pedírselo. Seguro que sí se lo pido, llegare tarde a esta cita, y ella me estará esperando como yo llevo toda la