Del Athletic Club se nace. Cuando uno quiere darse cuenta ya no hay posibilidad de elección. Para entonces, el Athletic ha inundado todo tu ser y no cabe la razón en tanto sentimiento. Mi padre me enseñó el himno antes casi de saber hablar, y la alineación del Athletic mejor que la lista de preposiciones o la tabla periódica de los elementos. En la foto de la derecha estamos en Lezama, en un día en que me hice una foto con Iribar, con el uniforme recién comprado en la tienda de Telmo Zarra. El Athletic y el futbol fueron el cordón umbilical que me unió a mi padre toda la vida. Sólo pudimos ir juntos una vez a San Mamés, le llevé como viaje de despedida cuando ya sabíamos que todo acababa. Ese viaje es el mejor recuerdo que me queda de él. Supimos que todo había acabado un día que ganó el Athletic y no me mandó un SMS para decírmelo. A mi padre le debo muchas cosas: una de las más importantes es ser del Athletic.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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