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Mostrando entradas de 2020

Nochevieja 2020

 Un día no es la frontera. La frontera no está en la noche. Y ni este día ni esta noche son esa frontera. Solo viajamos en una gran piedra que rota sobre una gran bola de helio. Hoy es hoy como puedo serlo, y lo será, mañana.  Yo, en el mismo año, en el mismo mes,  bajé al infierno y subí a los cielos. Perdí a quien me dio la vida, y me encontré con quien me la devolvió. Qué culpa tenía el pobre calendario  La misma poca culpa que tiene éste de hogaño. Solo tenemos dos años determinantes. Uno ya pasó. El otro aún nos espera.  Mientras llega ese  definitivo dígito, no te lamentes por las cartas que te han tocado en el reparto y juega la mejor partida que seas capaz.  Nunca me gustaron en especial estos cambios de año. No quiero que pase la vida. Y cada uno que pasa, más me acerco al gran abismo. Me aferro a la vida y a los años que no quiero que se vayan. Alguien dijo que fuera en enero, como podía haber dicho en mayo. Hoy es hoy. Mañana solo otro día. Nada cambiará. Ni se irán los malo

Nochebuena 2020

  Llegaba la hora de subirse a casa. Yo paraba el reloj para que las manecillas no dieran la hora. Pero inevitablemente anochecía. Había que entrar al portal. Subir en el ascensor. Abrir las puertas de casa. Y se hacía el milagro. Mi madre había transformado de nuevo la casa en un hogar. Había un mantel rojo en la mesa. Y copas de vino. Y sidra en la nevera. Y langostinos. Y había preparado una carne en salsa. Cenábamos los cuatro solos. Unos años después ya solo cenábamos tres. Yo quería detener las manecillas para que no llegara esa cena. Y cuando estaba llegando ya solo quería darle cuerda al reloj para que pasara lo antes posible. Más adelante, volvió la magia. Volvió la gente. Volvió la ilusión. Volví a ser un niño. Volví a buscar las luces y las guirnaldas. Volví a cantar. La vida volvió a ser vida. Ya nunca era de noche. Volvieron las sorpresas bajo el árbol. Yo conocí Navidades alegres y tristes. No salí intacto de ninguna de ellas. Aprendí a ser feliz a pesar de todo. A di

Solo en la carretera

 Se quedó solo en aquella carretera. Sólo con los recuerdos de media vida junto a ella. Sólo con el olor de su ropa, sólo con el estruendo de su silencio, con su cuerpo inerte junto a él.  Ya nadie iría a buscarle a los bares para que dejara de beber; ya nadie lloraría en silencio su pena, nadie se moriría de dolor para no abandonarle; ya nadie escondería su infierno a sus hijos. Sólo le quedó una huida hacia adelante, incapaz de vivir sin ella. Ya nadie fue a buscarle a los bares. No valoró, y quizá nunca lo supo, el dolor , el daño que a su alrededor causaba. A sus hijos les hubiera bastado con llegar a casa cada día y encontrarle allí, sonriente, quizá viendo la tele, quizá haciendo una tortilla de patatas, quizá mirando por la ventana, recordando su vida con ella, o recomponiendo los pedazos de su corazón para seguir viviendo. Pero buscó la muerte consumiendo su tiempo a la par que su cuerpo. Y al fin, la muerte acudió a su llamada, adelantando su llegada, para que compartiera junt

La sonrisa

 Mi madre fue niña, una niña a la que se le cayó un diente de leche el mismo día que montó en un tiovivo mientras no dejaba de reír.  Casi nunca dejó de reír.  Adoptaba todo tipo de animales. Mi abuelo era cazador, y de vez en cuando le traía alguna liebre viva, o alguna torcaz. Cualquier animal. Ella lo ahijaba.  Yo la recuerdo dando de comer a los gatos por la calle, recogiendo animales abandonados. Fue una niña de las llamadas “bien” Mimada por sus padres, por su hermano, por sus primos.  Hay vidas que empiezan en la miseria y acaban siendo brillantes. Otras , en cambio, comienzan en el Olimpo y terminan en un estercolero emocional. Un día me interpuse en su carrera hacia la eternidad desde nuestro decimosegundo piso. Nunca he pegado a nadie con tanta rabia, frustación , pena.  Mi madre tenía la risa de un cascabel en un tiovivo.  No recuerdo ya su risa. Ni su voz. Y las tuvo. Pero las fue perdiendo poco a poco.  Quizá por eso yo sigo riendo cada día. Para que nadie olvide mi risa.

Había una habitación

Había una habitación  Con una puerta cerrada y una ventana abierta Una habitación desde la que se oían las voces Y se escuchaba el miedo Había una habitación  Colgada del cielo Y del resto aislada Una habitación para incubar el tiempo Y esconder la cabeza entre almohadas y sueños Había una habitación rodeada de cuatro paredes  Y de humo , fracaso y pena. Con una cama y un escritorio Una cama para dormir el presente Un escritorio para escribir el futuro Había una habitación a cinco leguas del salón  Y de la cocina, la terraza y el valor. Había una habitación para huir a la calle A esperar el apagar de las luces  A dibujar cielos azules Y respirar el frio aire  No me dio tiempo a despedirme Ni a llenar nunca el vacío que ella dejó

Café con leche

En la calle de Martín de los Heros 17, en Madrid, siempre olía a café con leche. Más concretamente a leche condensada. Casi desde el portal se podía oler, aunque su origen estuviera en el tercero interior derecha. Subíamos desde la trastienda de la droguería donde mi abuelo estaba elaborando sus productos. Mi abuela olía a café con leche. Todo aquel recuerdo me huele a café con leche. Y a disolvente y aguarrás. Cuando paso por la sección de droguería del supermercado, huelo a mi abuelo. Huelo a mi infancia entre productos de Coperlim, fundada por mi abuelo. Cuando cojo la cafetera y me hago un café con leche, huelo mi infancia acunada entre los brazos de mi abuela.