Mi madre fue niña, una niña a la que se le cayó un diente de leche el mismo día que montó en un tiovivo mientras no dejaba de reír.
Casi nunca dejó de reír.
Adoptaba todo tipo de animales. Mi abuelo era cazador, y de vez en cuando le traía alguna liebre viva, o alguna torcaz. Cualquier animal. Ella lo ahijaba.
Yo la recuerdo dando de comer a los gatos por la calle, recogiendo animales abandonados.
Fue una niña de las llamadas “bien” Mimada por sus padres, por su hermano, por sus primos.
Hay vidas que empiezan en la miseria y acaban siendo brillantes. Otras , en cambio, comienzan en el Olimpo y terminan en un estercolero emocional.
Un día me interpuse en su carrera hacia la eternidad desde nuestro decimosegundo piso. Nunca he pegado a nadie con tanta rabia, frustación , pena.
Mi madre tenía la risa de un cascabel en un tiovivo.
No recuerdo ya su risa. Ni su voz. Y las tuvo. Pero las fue perdiendo poco a poco.
Quizá por eso yo sigo riendo cada día. Para que nadie olvide mi risa. Porque esta risa mía, es también su risa.
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