Hubo un tiempo en que arrancaba las hojas del almanaque. Con desesperación. Con furia. Eran días de huidas hacia adelante. Las habitaciones eran de paredes negras, las sábanas ásperas y pegajosas. El suelo frágil como papel de fumar se desmoronaba bajo nuestros pies. Las profecías de los galos se cumplían y el cielo se desplomaba. Hubo un tiempo. Mas el tiempo pasa. Fluye. El tiempo vuela. Como volaban mis sueños, como volaba mi imaginación. Mi cuerpo. Mis anhelos. Volaban libres hacia el porvenir a lomos de las hojas de calendario que se hundían a plomo en su vaivén de caída hacia el suelo. Así llegó el tiempo en que descubrí que la vida es un paréntesis. Unos corchetes. Y los corchetes suenan a corchea. Toda la vida suena. Porque la vida es música. Es deleite. La vida es deleite. Placer. Vivir es sensualidad. Y sentimiento. A horcajadas de las hojas del calendario. Yo, que huía, dejé de correr. Contemplé el mundo. Las cosas. Miré a las personas. Me bañé en los ríos. Me atravesaron