Circulando en mi coche por el centro de la ciudad, me detengo ante un semáforo en rojo.
En la espera me entretengo observando a las personas de la calle, como a través de una gran e hiperrealista pantalla de cine
Una pareja camina abrazados por la cintura, amantes y amados, quizá reconciliados tras una dura discusión, o ignorantes de la ruptura próxima a llegar.
Unos niños discuten atrincherados cada uno a un lado de la frontera que representa su madre, la cual trata de mandar mensajes con su telefono móvil, conectada a una realidad virtual que la aleja de la esta realidad que yo observo.
Un hombre cubierto con sombrero espera el autobús, con la mirada, y quizá la mente, perdida en el horizonte. Al sentirse observado vuelve la vista hacia mí, y yo , descubierto, evito su mirada. Tras unos segundos , vuelvo a mirarle, y entonces el sorprendido es él, que ya no sabe si me mira porque le miro, o yo le observo porque él lo hizo primero.
Si mi imaginaria cámara abriera el objetivo, y ampliara la escena, descubriríamos a una anciana que nos observa a todos desde el otro lado de la calle, suponiendo lo que en ese momento pasa por la mente de ese hombre al volante de un coche gris detenido ante un semáforo en rojo.
Por azar podría ser cualquiera de ellos, mas sólo soy el que les observa desde el interior de mi coche.
Se pone el semáforo en verde y sigo mi camino.
En la espera me entretengo observando a las personas de la calle, como a través de una gran e hiperrealista pantalla de cine
Una pareja camina abrazados por la cintura, amantes y amados, quizá reconciliados tras una dura discusión, o ignorantes de la ruptura próxima a llegar.
Unos niños discuten atrincherados cada uno a un lado de la frontera que representa su madre, la cual trata de mandar mensajes con su telefono móvil, conectada a una realidad virtual que la aleja de la esta realidad que yo observo.
Un hombre cubierto con sombrero espera el autobús, con la mirada, y quizá la mente, perdida en el horizonte. Al sentirse observado vuelve la vista hacia mí, y yo , descubierto, evito su mirada. Tras unos segundos , vuelvo a mirarle, y entonces el sorprendido es él, que ya no sabe si me mira porque le miro, o yo le observo porque él lo hizo primero.
Si mi imaginaria cámara abriera el objetivo, y ampliara la escena, descubriríamos a una anciana que nos observa a todos desde el otro lado de la calle, suponiendo lo que en ese momento pasa por la mente de ese hombre al volante de un coche gris detenido ante un semáforo en rojo.
Por azar podría ser cualquiera de ellos, mas sólo soy el que les observa desde el interior de mi coche.
Se pone el semáforo en verde y sigo mi camino.
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