No siempre llegaba el dinero para pagar el alquiler. Entonces llegaba la casera y tocaba el timbre de la puerta. Unos segundos antes, ya habíamos oído el ruido que hacía el ascensor. Apagábamos la tele y las luces. Sonaba la llamada. Nosotros ni respirábamos.Sonaba otra vez, cada vez de manera más insistente. En ocasiones nos gritaba que sabía que estábamos dentro. Al final se marchaba. Más adelante, cuando se podía, me acercaba a su casa y le llevaba el pago de algún mes atrasado. Así, al verme a mí, que debía tener unos quince años, no se mostraba excesivamente dura conmigo. Me soltaba un pequeño sermón y me dejaba ir.
Yo solo quería ver el mar en verano.
Aún así, mis padres nos pagaron , al menos en parte, la universidad. En aquel tiempo daba clases particulares a los hijos de los vecinos, y con ese dinero mi madre podía pagar la cuenta en el supermercado.
La muerte de mi madre y su indemnización nos dio unos años de tregua. Acabaron. Pudimos trabajar, y con parte de ese dinero pagar el alquiler de mi padre, aunque ya no vivíamos allí.
Tiempo más tarde, nos lo jugamos todo en pos de un sueño, que tenía forma de clínica Al año tuvimos que pedir un crédito para poder saldar las deudas que se iban acumulando. Así llegamos a ese Rubicón que un día sueñas, y la vida comenzó a fluir sin temor a la casera que mensual llama a la puerta.
Pero no olvido de donde venimos, ni lo sufrido hasta llegar aquí. Y a veces, lo reconozco, me cansa comprobar que algunas personas piensen que nacimos ricos.
Y yo solo quería ver el mar en verano.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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