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El primer vals

Sonaba la música de baile en la fiesta mientras unas pocas parejas bailaban lentamente en el centro de la pista. Él se mantenía sentado en una silla, mirándola permanentemente, de manera que pareciera que no la miraba de ninguna manera. Alzaba los ojos hacia ella, hasta el momento justo en que ella desviaba su mirada hacia él, y entonces desviaba su vista hacia cualquier punto del horizonte. Ella sonreía , desvelando el secreto de ese juego que se repetía sábado tras sábado. Pero ese día iba a ser distinto. esa tarde de sábado un súbito impulso le levantó de la silla y guió sus pasos hasta el lugar que ella ocupaba en la sala de baile. Tendió su mano derecha hacia ella, y le preguntó muy educadamente si le concedía ese vals; ella aceptó gustosamente , Mientras bailaban él le susurró al oido que era la mujer más hermosa que jamás había conocido y que su corazón se pararía en ese instante si ella rechazaba seguir bailando con él hasta la eternidad
Y esa promesa es la que cumplía ella en ese momento. Hacía ya tres años que él había perdido la memoria devorada por esa enfermedad de impronunciable nombre alemán; pero cada sábado, él se acercaba a ella para pedirle un baile, desde el único rincón de su memoria donde aún florecía la vida: el día en que ella le concedió su primer beso de amor.

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Nada

 Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos.  Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas.  Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar

Al futuro

 Yo ya no lo veré cuando ocurra. Ya no estaré aquí. Ni en ningún sitio. Pero tú lo vivirás. Como yo he vivido cosas que no vivieron mis ancestros.  Y no he vivido cosas que ellos vivieron. Ni tú lo harás con las vivencias que yo he tenido.  Tú me recordarás, pero los siguientes "tus" ya no lo harán. Cada uno, en su tiempo. Cada uno, en su vida. Ya no me atormenta no poder vivir lo que tú sí vivirás.  Vivo mi época.  Me preocupa, empero, que tú no puedas vivir ya nada, porque ya nada exista. 

Nosotros y nuestro tiempo

 Itziar, mi psicóloga, de vez en cuando me propone hacer terapia utilizando las matrioskas, esas muñecas rusas de distinto tamaño que se guardan una dentro de la otra. Cada matrioska representa a los distintos individuos que hemos sido en cada etapa de la vida. Estos días estoy pensando mucho en aquel Iñaki que transitaba de la tardoadolescencia a la juventud, ese Iñaki que despertaba al mundo en la Facultad de Veterinaria. Pienso en que la vida no era tan mala entonces, aunque sé que es mi mente la que me hace sentir así, porque solo me recuerda lo hermoso de aquellos días, solo las rosas y no sus espinas.  En gran medida deseo volver a esa época, alejada de responsabilidades. Y otra vez la farsa. Porque teníamos, mi hermana y yo, las responsabilidades que no debíamos tener. Pero mi mente me dice que teníamos todo el tiempo del mundo, que solo era necesario despertar cada día para ser felices, que la vida era placentera, y que todo nos era dado por añadidura. Mi cerebro me dice ojalá