Sonaba la música de baile en la fiesta mientras unas pocas parejas bailaban lentamente en el centro de la pista. Él se mantenía sentado en una silla, mirándola permanentemente, de manera que pareciera que no la miraba de ninguna manera. Alzaba los ojos hacia ella, hasta el momento justo en que ella desviaba su mirada hacia él, y entonces desviaba su vista hacia cualquier punto del horizonte. Ella sonreía , desvelando el secreto de ese juego que se repetía sábado tras sábado. Pero ese día iba a ser distinto. esa tarde de sábado un súbito impulso le levantó de la silla y guió sus pasos hasta el lugar que ella ocupaba en la sala de baile. Tendió su mano derecha hacia ella, y le preguntó muy educadamente si le concedía ese vals; ella aceptó gustosamente , Mientras bailaban él le susurró al oido que era la mujer más hermosa que jamás había conocido y que su corazón se pararía en ese instante si ella rechazaba seguir bailando con él hasta la eternidad
Y esa promesa es la que cumplía ella en ese momento. Hacía ya tres años que él había perdido la memoria devorada por esa enfermedad de impronunciable nombre alemán; pero cada sábado, él se acercaba a ella para pedirle un baile, desde el único rincón de su memoria donde aún florecía la vida: el día en que ella le concedió su primer beso de amor.
Y esa promesa es la que cumplía ella en ese momento. Hacía ya tres años que él había perdido la memoria devorada por esa enfermedad de impronunciable nombre alemán; pero cada sábado, él se acercaba a ella para pedirle un baile, desde el único rincón de su memoria donde aún florecía la vida: el día en que ella le concedió su primer beso de amor.
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