La vio por primera vez hace ya muchos años en la Facultad; siempre lejana, siempre platónica , se moría por un simple tropezón que a ella le hiciera ver que él existía . La veía bajar por la escalera y , parafraseando a Neruda, sólo el podía ver la alfombra roja que ella pisaba, sólo él podía ver la corona sobre su cabeza, la reina de su corazón, ese que se rompía cada vez que la veía reirse junto a aquel otro estudiante, cada vez que ella cogía el brazo a cualquier otro compañero .
Hoy la ha vuelto a ver ; nada más abrir los ojos por la mañana, como tantas mañanas desde entonces, ha vuelto a ver su mirada en sus ojos ya rodeados de arrugas. Hoy, la ha vuelto a ver.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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