Se acercan tus quince.
Reviso fotos para tu álbum
Y encuentro el álbum de nuestra vida
En apenas una hora, pasan ante mis ojos estos quince años.
Todos tus quince años
Todos mis quince años
Porque no recuerdo, ni quiero, la vida sin ti
Sin ti, no. Sin ti, no. Sin ti, no
Todas las alegrías me llevaron hasta ti
Todas las penas me trajeron hasta ti
Hasta aquí. Hasta ti. No, no sin ti.
No conoceré ya otro amor.
Tú sí. Yo no. No sin ti.
Toca retirarse a un lado.
Es la vida. Que viene. Y que va
Toca, ya sé que toca
Me llevo tu amor. Me queda tu amor
He vivido. Ahora lo puedo decir.
Ha merecido la pena
Por conocerte. Por descubrir tu amor
Y no, no conoceré otro amor.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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