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El grito

 Un hogar es una casa llena de libros. Llenamos cajas para llevarlos de un lugar a otro. Al principio fue con la esperanza lejana de un día cambiar de hogar. Poco a poco he ido comprendiendo que no hemos de renunciar a uno para tener otro. Basta con no cambiar todos los libros de sitio, y compartirlos en sus dos hogares. Cuando traslado los libros, también estoy trasladando lo que he vivido con ellos, lo que he sentido con ellos, lo que he aprendido con ellos. 

Nuestra casa estaría vacía si estuviera llena de todo menos de libros. No he descansado hasta poder tener esta librería que los acoja dignamente. Y ahora siento que tengo un lugar al que ir, y otro al que regresar. Y viceversa. Porque así sueño mi vida: a caballo entre la recia Castilla y la frondosa Cantabria. 

Cuando terminó uno de mis adolescentes veranos y volvimos al colegio, en una de las primeras clases de inglés el profesor, el Padre Ginés, sacó un radiocasete y nos puso una cinta del libro que estudiaríamos, Peter & Molly. En ese primer capítulo los dos hermanos estaban en la playa. Hablaban en inglés, pero lo que llamó mi atención fue el sonido de fondo : niños jugando, gente bañándose, el sonido de las olas y del viento. Yo también quería ir de vacaciones al mar. Y no podíamos. 

Mi vida ha estado llena de frustraciones y complejos. Pero han sido los bueyes que han tirado del carro de mi determinación. Convertí esas frustraciones en sueños que alcanzar. 

Encontré también a quien va conmigo por el camino y no desespera. A quien tiene que compartir el viaje con este loco, incoherente, impulsivo, traumatizado de traumas, ciclotímico cuando no bipolar, que la lleva por la calle de la amargura. 

Ahora tenemos un hogar lleno de libros asomado al Cantábrico. Y lo grito. No como un grito de rabia. No un grito de frustración. Ni de venganza. Ni siquiera de triunfo. 

Solo lo grito. Porque necesito gritarlo. 

Begiratu aitari. Mírala mamá.

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