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21 julio

 Era lunes. Para mi madre fue un día muy largo, desde la madrugada hasta bien entrada la noche. Hace ya muchos años para la vida de un hombre. Aunque sean insignificantes para el universo. Han sido años muy intensos, cada uno de ellos, llenos de pasión. Llenos de vida. Me habéis oido decir muchas veces que la vida no tiene sentido, nihil, pero lo pienso desde un punta de vista cósmico. Para cada hombre , para cada mujer, tiene un gran sentido. Aunque este sentido acabe a la vez que él. Somos el devenir de cientos de vidas que llegaron hasta nosotros. Yo he conocido a mis abuelos y a una bisabuela. Son el aroma de mi infancia, los recuerdo por sus olores, por el recuerdo vago de su voz, por los sitios donde conviví con ellos. Somos, mi hermana y yo, el fruto del amor de mis padres. Por supuesto no todos nacemos del amor, pero en mi caso sí lo fue. Uno de los muchos sentidos de mi vida es vivir este regalo, es honrar la vida de mis padres en mi vida, es vivir en función de sus enseñanzas, de los pilares que forjaron mi carácter y mi educación. Su vida, para mí, tuvo el sentido de permitirme viajar , de momento, todos estos años agarrado a esta piedra que orbita el sol. El sentido de la vida no se limita a tener hijas, pero a la mía le ha dado mucho valor. Lo que siento por ellas será suficiente para pensar que mi vida ha merecido la pena. Aunque no han sido las únicas. La vida me ha regalado la posibilidad de armarme en el amor, de "en amor arme". 

No creo en el destino. Sí en las oportunidades que se te presentan delante, y que no puedes dejar pasar. Ella apareció en mi vida. Y yo aparecí en la suya. Para escribir esta historia, para escribir nuestra historia. La que nuestras hijas recordarán algún día. Ese espero que sea mi legado. Que se cuenten entre ellas nuestra vida, lo que saben de nosotros, lo que han vivido con nosotros. Que honren nuestras vidas como nosotros homenajeamos a diario la de nuestros padres, la de nuestros abuelos. Que ellas piensen que tuvieron una madre y un padre que las amaron, que mereció la pena vivir unos años con ellos, que evocar nuestra memoria les arranque una sonrisa, y se abracen pensando en quienes les regalaron un trocito de tiempo en el mundo.

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Nada

 Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos.  Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas.  Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar

Al futuro

 Yo ya no lo veré cuando ocurra. Ya no estaré aquí. Ni en ningún sitio. Pero tú lo vivirás. Como yo he vivido cosas que no vivieron mis ancestros.  Y no he vivido cosas que ellos vivieron. Ni tú lo harás con las vivencias que yo he tenido.  Tú me recordarás, pero los siguientes "tus" ya no lo harán. Cada uno, en su tiempo. Cada uno, en su vida. Ya no me atormenta no poder vivir lo que tú sí vivirás.  Vivo mi época.  Me preocupa, empero, que tú no puedas vivir ya nada, porque ya nada exista. 

Nosotros y nuestro tiempo

 Itziar, mi psicóloga, de vez en cuando me propone hacer terapia utilizando las matrioskas, esas muñecas rusas de distinto tamaño que se guardan una dentro de la otra. Cada matrioska representa a los distintos individuos que hemos sido en cada etapa de la vida. Estos días estoy pensando mucho en aquel Iñaki que transitaba de la tardoadolescencia a la juventud, ese Iñaki que despertaba al mundo en la Facultad de Veterinaria. Pienso en que la vida no era tan mala entonces, aunque sé que es mi mente la que me hace sentir así, porque solo me recuerda lo hermoso de aquellos días, solo las rosas y no sus espinas.  En gran medida deseo volver a esa época, alejada de responsabilidades. Y otra vez la farsa. Porque teníamos, mi hermana y yo, las responsabilidades que no debíamos tener. Pero mi mente me dice que teníamos todo el tiempo del mundo, que solo era necesario despertar cada día para ser felices, que la vida era placentera, y que todo nos era dado por añadidura. Mi cerebro me dice ojalá