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Las matrioskas

 Ella me coloca las matrioskas en fila frente a mi. Las muñecas están alineadas de mayor a menor de izquierda a derecha. Representan todos los cuerpos que mi ser ha habitado desde que nací. Ahora debo decidir a cuales de ellos he de viajar. Pero no con la mente, no con mi consciente. Debe viajar mi cuerpo a la búsqueda de sensaciones, no de recuerdos. Mi cuerpo debe volver a ser el de aquel niño. Debo recuperar sus emociones. 

Así , llego de nuevo a la que fue la casa de mis padres. Está oscuro. El pasillo es largo aunque no lo era. Escucho a mi cuerpo. Me atraviesa una nausea de arriba a abajo. Tengo miedo, mucho miedo. Soy un niño asustado, que ha aprendido a esconderse, a no esperar nada. Soy un niño que se avergüenza de su padre. Un niño que se hace pequeño en casa, un niño que se hace pequeño en la calle, un niño que se hace pequeño en el colegio. 

Allí estoy de nuevo, con ese vacío en el estómago, que hoy me persigue y no sabía por qué. Hasta ahora. Allí estoy, escondiéndome de la realidad, aferrado a una ventana cual Wendy esperando a que Peter se la lleve lejos de allí. Mi cuerpo es el de un niño que atraviesa cual campo de minas el salón para llegar a la trinchera de su cuarto, para esconder la cabeza, taparse los oídos y no oír las explosiones que llegan del campo de batalla. Viajo en busca de aquellas emociones que se quedaron para siempre en alguna parte de mi subconsciente, y que aparecen a su antojo en cualquier momento como los topos de ese juego infantil. 

A mi cuerpo le flojean las piernas mientras salta del niño al joven pasando por el adolescente. Son las muñecas centrales de las matrioskas. Ahí es donde estoy buscando. Buscando a esos chicos que no saben si han perdonado. La mayor de las matrioskas sí lo ha hecho. No hay en su corazón ni rastro de odio, ni ira, ni juicios. Solo pena. Esa pena que es la que ha ido a buscar en las matrioskas medianas. Para comprobar si esos chicos siguen sufriendo , si sabrán llegar a perdonar. 

Es muy difícil viajar sin la compañía de la mente. Solo con el cuerpo. Es un viaje apasionante. El viaje por la vida es apasionante. El viaje a mi propia mente para desentrañar todo el dolor acumulado es apasionante. En ninguno de los dos viajes lo hago solo. La compañía me salva del naufragio. 


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Nada

 Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos.  Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas.  Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar

Al futuro

 Yo ya no lo veré cuando ocurra. Ya no estaré aquí. Ni en ningún sitio. Pero tú lo vivirás. Como yo he vivido cosas que no vivieron mis ancestros.  Y no he vivido cosas que ellos vivieron. Ni tú lo harás con las vivencias que yo he tenido.  Tú me recordarás, pero los siguientes "tus" ya no lo harán. Cada uno, en su tiempo. Cada uno, en su vida. Ya no me atormenta no poder vivir lo que tú sí vivirás.  Vivo mi época.  Me preocupa, empero, que tú no puedas vivir ya nada, porque ya nada exista. 

Nosotros y nuestro tiempo

 Itziar, mi psicóloga, de vez en cuando me propone hacer terapia utilizando las matrioskas, esas muñecas rusas de distinto tamaño que se guardan una dentro de la otra. Cada matrioska representa a los distintos individuos que hemos sido en cada etapa de la vida. Estos días estoy pensando mucho en aquel Iñaki que transitaba de la tardoadolescencia a la juventud, ese Iñaki que despertaba al mundo en la Facultad de Veterinaria. Pienso en que la vida no era tan mala entonces, aunque sé que es mi mente la que me hace sentir así, porque solo me recuerda lo hermoso de aquellos días, solo las rosas y no sus espinas.  En gran medida deseo volver a esa época, alejada de responsabilidades. Y otra vez la farsa. Porque teníamos, mi hermana y yo, las responsabilidades que no debíamos tener. Pero mi mente me dice que teníamos todo el tiempo del mundo, que solo era necesario despertar cada día para ser felices, que la vida era placentera, y que todo nos era dado por añadidura. Mi cerebro me dice ojalá