Yo ya no estaba allí cuando todo terminó.La semana más larga de mi vida, el velatorio en vida más cruel que se puede imaginar.Ya no estaba allí el que había sido hasta entonces, el que tenía un padre a quien llamar, el que tenía un padre que me mantenía al día de resultados y noticias. ya no estaba allí el niño que había jugado al fútbol con su padre siempre en la grada o en el banquillo. Ya no estaba allí el joven que empezó sus estudios universitarios, ni el que acudió a un hospital a decirle que por fin era veterinario. Ya no estaba allí el hombre que salió un día de casa para casarse y ser feliz.
" Tenemos que esperar a que vuelva a tener otra hemorragia esofágica, y en ese momento le sedaremos". Esperar. Saber que se va a morir irremediablemente , y esperar.
Una última semana para despedirme de mis anteriores treinta y seis años, para decirle adiós al que un día enamoró a una niña bien de Plaza de España para darme la vida. Una semana haciendo como que no pasa nada, avisando a la peluquera del hospital para que le corte el pelo y le arregle la barba, sabiendo que en cualquier momento que entre en la habitación sus ojos ya habrán dejado de mirarme.
"No me dejes por la noche con tu hermano, que se duerme , no se entera de nada y no me acerca la cuña cuando le llamo"
Una semana para comprobar que no estábamos solos, sino rodeados de amigos y familiares, prestos a llevarnos de la mano por este calvario, presentes cuando se les necesitó ante el dolor, y no solo en fiestas y alegrías. Una semana para recordar con ellos lo que había sido mi padre para ellos, para su hermana y sus primas, relatándonos como conoció a mamá, como eran sus vidas de jóvenes. Una semana que nos duró 63 años entre anécdotas y risas.
Y ajustes de cuentas. Porque no fue ni el mejor padre ni el mejor marido posible. Porque nos llevó al infierno. Porque arruinó su vida y me enseñó lo que no quiero ser de este ser que él me dio. Pero nunca le habría abandonado, porque me dio la vida, y porque mi madre le amó por encima de todo el dolor y la pena, del sufrimiento a que la sometió. No se abandona a un padre enfermo de alcohol, a un padre bueno transformado por las noches.
Así llegué una mañana de esa semana y no me dejaron entrar en la habitación. Puntual, certero el pronóstico, las varices esofágicas se habían vuelto a romper y ya solo había que esperar a que se terminara de desangrar. Sedado estaba, ya que no podíamos acabar de manera definitiva con esta tortura. Maldita sociedad y su doble moral. No teníamos derecho a eutanasiarle, pero sí a verle agonizar durante 2 dias con sus noches, respirando 2 veces por minuto, mientras su corazón aguantara la pérdida lenta e inexorable de sangre. Un velatorio aún con un hilo de vida en sus venas.
A la tercera mañana, 20 de Abril, mientras volvía de ducharme en casa, me llamó mi hermana
" No corras, ya se ha muerto "
Y yo ya no estaba allí.
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