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Libro libre

Crecí entre libros. En mi casa no sobraba de nada, pero nunca faltaba un libro. No había cumpleaños, Navidad o Reyes que no hubiera uno de regalo. Recuerdo alguno de mis primeros libros, regalo de Comunión, y que aun conservo como un gran recuerdo: eran de una colección cuyo protagonista era un niño llamado Oscar.
Cada vez que terminaba un libro juvenil, le preguntaba a mis padres si ya podía leerme uno de los del salón. Me contestaban casi siempre "aún no". Hasta que llegó un día en que mi padre me dijo "anda, prueba con este". Su título "El Otro árbol de Gernika "  de Luis de Castresana, sobre los niños vascos exiliados durante la Guerra Civil. Inolvidable.
No concibo la vida sin libros; de hecho, no hay momento más emocionante que el de entrar en una librería y sentirme rodeado de ellos. Puedo sentir su presencia, las voces de sus palabras llamándome; en ocasiones me acerco a un estante, y acaricio sus lomos, paso sus hojas únicamente para percibir el olor del papel al pasar ante mis ojos. Los libros se disfrutan con los cinco sentidos, los tocas, los hueles, los saboreas, los oyes, y por supuesto, los lees.
Muchos los adquiero con la secreta intención de leerlos algún día, de alcanzar ese momento de sosiego en la vida, de retiro jubilar en el que pueda sentarme y leerlos uno tras otro. En momentos de soledad me han hecho mucha compañía, y quedan aquí, para seguir a mi lado en esta aventura.
Ayudé a mi padre a hacer para Paula ( él no conoció a Candela ) una colección de libros de aventuras que guardo como un tesoro. Me dejaron, mis padres, el mejor de los legados posibles. Ni oro ni riquezas, sino la pasión por la lectura.
Feliz día del libro.

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