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Lucha

Desde el día en que le conoció supo que estaba ante un hombre diferente. Con el paso de los años, fue comprobando que efectivamente nunca conocería a otra persona como él. Un vendaval de vida, de personalidad abrumadora, capaz de sostenerse frente a viento y marea. Desde el primer momento le aceptó como uno más, a pesar de que le arrebataba lo que más quería, a pesar de que alejaba de él a su pequeña. Sólo ahora empieza a saber lo que  eso duele. Es una persona en las antípodas de su pensamiento, y le resultaba divertido comprobar como daba la impresión de dominar cualquier tema del que se debatiese, con su famosa expresión "dicen los expertos", hasta el punto de que daba la impresión de que al final podía convencerte en el totum revolutum que convertía sus discursos. Más vasco que los vascos, allí fue realmente feliz, allí nacieron sus hijos, y allí se escapa cada vez que tiene ocasión. Hoy lucha porque ésta no sea la última batalla, y nuestro protagonista desearía poder acercarse a su lado, cantarle bajito alguna bilbainada de las que él tantas conoce, y susurrarle bajito: Sortu mutil.
La vida es un relato de sueños y ausencias. Aún sueña con tomarse junto a él muchos txacolís.

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Nada

 Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos.  Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas.  Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar

Al futuro

 Yo ya no lo veré cuando ocurra. Ya no estaré aquí. Ni en ningún sitio. Pero tú lo vivirás. Como yo he vivido cosas que no vivieron mis ancestros.  Y no he vivido cosas que ellos vivieron. Ni tú lo harás con las vivencias que yo he tenido.  Tú me recordarás, pero los siguientes "tus" ya no lo harán. Cada uno, en su tiempo. Cada uno, en su vida. Ya no me atormenta no poder vivir lo que tú sí vivirás.  Vivo mi época.  Me preocupa, empero, que tú no puedas vivir ya nada, porque ya nada exista. 

Nosotros y nuestro tiempo

 Itziar, mi psicóloga, de vez en cuando me propone hacer terapia utilizando las matrioskas, esas muñecas rusas de distinto tamaño que se guardan una dentro de la otra. Cada matrioska representa a los distintos individuos que hemos sido en cada etapa de la vida. Estos días estoy pensando mucho en aquel Iñaki que transitaba de la tardoadolescencia a la juventud, ese Iñaki que despertaba al mundo en la Facultad de Veterinaria. Pienso en que la vida no era tan mala entonces, aunque sé que es mi mente la que me hace sentir así, porque solo me recuerda lo hermoso de aquellos días, solo las rosas y no sus espinas.  En gran medida deseo volver a esa época, alejada de responsabilidades. Y otra vez la farsa. Porque teníamos, mi hermana y yo, las responsabilidades que no debíamos tener. Pero mi mente me dice que teníamos todo el tiempo del mundo, que solo era necesario despertar cada día para ser felices, que la vida era placentera, y que todo nos era dado por añadidura. Mi cerebro me dice ojalá