Nos lo quitaron todo. También la dignidad, también las ganas de vivir.
Nos arrebataron a nuestros hijos,a nuestros hermanos, a nuestros maridos,a nuestros padres.
Nos lo quitaron todo. También sus tumbas.
También, el derecho a llorarles, también el derecho a llevar luto.
Nos quisieron quitar todo. Nuestras casas, nuestras familia.
Nos quisieron quitar la tierra de nuestros abuelos.
También las lágrimas. También el futuro.
Nos quisieron quitar todo, pero no pudieron quitarnos las rosas que depositábamos en las tapias de los cementerios, sembradas en los agujeros que dejaron sus balas.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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