Eres un ave que estira sus alas por primera vez, ensayando largos vuelos que pronto realizarás. Aún insegura, vuelves tu mirada hacia mí para comprobar que vuelo a tu vera protegiendo tu inexperiencia. Cuando te marches para cruzar marismas, mares , océanos, buscando tu lugar, creerás que ya no vuelo a tu lado. Pensarás que no estoy bajo tu vuelo para recogerte en mis brazos cuando caigas, y no sabrás que son mis brazos los que te cobijan. No sabrás que mis labios siempre estarán preparados para enjugar tus lágrimas. Pensarás que nos son mis brazos, que no son mis labios, que no son mis ojos. Pero serán siempre mis brazos los que te protejan, serán siempre mis labios los que te besen, serán siempre mis ojos los que te admiren. Aunque pienses que ya no vuelo junto a ti.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
Comentarios
Publicar un comentario