Las cafeterías de los hospitales tienen un encanto especial para mí. Son uno de esos territorios de mi nostalgia donde la memoria se hace presente. He pasado muchas horas en ellas , desolado y triste , pero también he visto la vida nacer en ellas , rodeado de luz y felicidad. Si es primavera y por la tarde como hoy, es inevitable recordar aquel infausto mayo en Calatayud, que me dejó marcado para toda la vida.
Me gusta venir a la cafetería, y recordar todos esos momentos vividos entre las paredes de los hospitales.
Hoy , en mi revisión trimestral , bajo aquí a celebrar que todo está muy bien.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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