Su abuelo siempre decía las cosas en voz baja , con la tristeza anidada en su mirada , con la pena arraigada en su sonrisa. Pero aquella vez, mientras veían el telediario, lo dijo bien alto, irguiendo el recuerdo de lo que una vez fue la dignidad.
"Los rojos siempre tenemos la culpa de lo que le pase a su España. Siempre tenemos la culpa del desorden, del despilfarro , de la corrupción. Tenemos la culpa de la pérdida de los valores de su España , porque es suya y de los suyos. Porque España es como ellos dicen que sea o no será. Ellos son los únicos que saben lo que le interesa a España. Y a sus bolsillos y a sus intereses "
Dijo esto y apagó la televisión.
Y se marchó a la cama arrastrando su vida como un preso arrastra sus cadenas.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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