Tengo muy mala memoria. He vivido pero los recuerdos son siempre muy vagos o inexistentes. Por ello trato de memorizar las situaciones para después poder recordar las sensaciones a ellas ancladas como un náufrago a su madera.
En los conciertos siempre veo a la gente muy feliz, ajenas por dos horas a su realidad. De distintas edades, cantan, bailan, saltan, se besan y abrazan. Siento en ese momento que el ser humano no es tan horrible.
Y las miro a ellas constantemente. Saltar , gritar , cantar sus canciones, emocionarse.
Así recuerdo sus primeros conciertos de Violetta por ejemplo.
Les pregunto si para ellas es normal ir a conciertos o al teatro. Su respuesta me llena de satisfacción. No quiero que sufran más que lo inevitable. Quiero que disfruten de todo. Porque nos engañaron cuando nos afirmaron que aquí se viene a sufrir.
No. ¡Aquí se viene a disfrutar! Como si no hubiera un mañana. A ser felices.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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