Soy un chico de barrio, de un barrio como otro cualquiera de Madrid.
Recuerdo los partidos eternos en la cancha del parque; el escondite, el rescate, el silbido de mi padre para subir a casa.
El telefonillo : "¿bajas?"
Las partidas a la escoba y al ajedrez en la Keller, los sábados por la tarde con Javi, Joaquín y Fran.
Los primeros amores, siempre tan inocentes como fugaces. Los primeros asaltos a las prohibiciones de nuestros padres que nos hacían sentir tan héroes como villanos.
Los veranos , largos siempre, eternos a veces, viendo como unos iban y otros venían de sus vacaciones.
"Me bajo a la plaza a sacar a las perras " " No tardes" " No mamá, subo enseguida "Y ella sabía porque huía de casa, y yo cobarde, la dejaba sóla frente a su derrota.
Recuerdos de aquellos miedos que nunca se irán del todo de mi corazón.
Pero fui un niño, feliz , en mi barrio de Madrid. En mi barrio, Batán, del que un día me fui para no irme nunca del todo.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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