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El niño y la Navidad

Un niño se acerca al mueble del salón. Abre el cajón y saca de él un mantel. No es un mantel cualquiera, es el mantel de las ocasiones señaladas. Lo extiende con mimo en la mesa. Después deposita sobre él la mejor vajilla que tienen y pone en el tocadiscos música de Navidad. Aún cree en ella. No será siempre así. Ya no son cenas numerosas, ya quedaron atrás las que hacían con abuelos y primos. Así debe ser la vida de los adultos, pensó.
El niño cumplió años, pero nunca se hizo hombre. La Navidad se quedó muerta en algún lugar y nadie se encargó de darle un digno entierro. Otras dos niñas la encontraron arrinconada en el sótano. La desembalaron, le quitaron el polvo y la volvieron a colocar donde le diera la luz de sus miradas.
El niño que no era hombre recordó que una vez fue suya. Recordó cómo soñaba en noches como ésta con que la vida sería otra cosa. Recordó que lo que pidió, se le dio con creces. Volvió a oír las canciones revoloteando sobre su cabeza mientras las dos niñas que habían desempolvado el árbol mágico le agarraban de las manos para girar y girar sobre su magia.
El niño que no era hombre recordó a todas las personas que habían ido cuidando de sus ilusiones durante todos estos años, a todas las personas con las que se fue encontrando en las encrucijadas de la vida, amigos y amigas que le habían acompañado hasta esta nueva realidad, que le habían permitido cumplir años, pero no dejar de ser un niño.

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