Un niño sujeta feliz, ingenuo, una cometa. Juega despreocupado con ella. La hace volar al ritmo que marca el viento. Desde lo alto de la cometa se vería , si pudiera estar allí, el mundo que no puede ver, pero sueña. Desde allí arriba vería, si pudiera subir, la vida que sueña. Vería más allá de su casa, vería más allá de su barrio, vería más allá de su ciudad. Vería más allá de su vida, de su pena, de su tristeza, de su miseria.
Ahora, el niño es la cometa. Trata de volar, ya puede ver el mundo que solo era un sueño. Desde lo más alto decide hacia donde quiere ir. Es un niño feliz, un niño que juega, que ríe, acunado por el viento, mecido por el viento, sostenido por el viento.
El niño que es cometa está unido al suelo por un cordel. Mira hacia abajo. Y descubre quién sujeta el hilo de él que es una cometa. Ve que quien le sujeta es aquel que un día será. Quien le amarra no es otro que su yo adulto. Y le grita, desde lo más alto, que le suelte. Que le deje volar. Que le deje explorar ese mundo que ve desde allí arriba.
Y tú, ahora, debes decidir si sueltas ese hilo y dejas ir para siempre a ese niño, o a esa niña que fuiste. O si por el contrario, lo agarras con todas tus fuerzas, cierras los ojos, te concentras, y levitas suavemente para ir donde te quiere llevar ese niño.
Feliz Navidad
Eguberri on.
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