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Sin duelo

 No hice duelo. No hicimos duelo. Nadie nos dijo que hubiera que hacerlo. Nadie nos dijo como había que hacerlo. Como coño se aprende a hacer un duelo a los 20 años. Como coño se aprende a vivir a los 20 años. No hicimos duelo. Aun hoy sigo sin hacerlo. Me da miedo volver a perderla. Perder lo último que me queda de ella, lo último que me dejó. He vivido ya más de media vida traumatizado. Aun hoy lloro desconsolado. Como si acabara de entrar a mi casa, y la luz del atardecer me deslumbrara desde el balcón. Como si me acabaran de decir que no volvería a verla. No lo he superado. Nunca lo haré. Como demonios se hace un duelo a los 20 años. Cómo se sale de esa oscuridad. Cómo se vive una vida de nuevo. De cero. Cómo se llega a su edad, vivo, para descubrir todo lo que ella se perdió. Para añorar incluso el futuro. Para saber que sería enormemente feliz con sus nietas. Cómo se hace un duelo cuando tienes 20 años. Los veinte años que ahora tiene tu hija. Y descubres como eras cuando deberías haber sabido hacer un duelo que no quisiste hacer, porque negaste todo lo que pudiste negar una realidad que no querías vivir.

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Nada

 Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos.  Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas.  Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar

Al futuro

 Yo ya no lo veré cuando ocurra. Ya no estaré aquí. Ni en ningún sitio. Pero tú lo vivirás. Como yo he vivido cosas que no vivieron mis ancestros.  Y no he vivido cosas que ellos vivieron. Ni tú lo harás con las vivencias que yo he tenido.  Tú me recordarás, pero los siguientes "tus" ya no lo harán. Cada uno, en su tiempo. Cada uno, en su vida. Ya no me atormenta no poder vivir lo que tú sí vivirás.  Vivo mi época.  Me preocupa, empero, que tú no puedas vivir ya nada, porque ya nada exista. 

Nosotros y nuestro tiempo

 Itziar, mi psicóloga, de vez en cuando me propone hacer terapia utilizando las matrioskas, esas muñecas rusas de distinto tamaño que se guardan una dentro de la otra. Cada matrioska representa a los distintos individuos que hemos sido en cada etapa de la vida. Estos días estoy pensando mucho en aquel Iñaki que transitaba de la tardoadolescencia a la juventud, ese Iñaki que despertaba al mundo en la Facultad de Veterinaria. Pienso en que la vida no era tan mala entonces, aunque sé que es mi mente la que me hace sentir así, porque solo me recuerda lo hermoso de aquellos días, solo las rosas y no sus espinas.  En gran medida deseo volver a esa época, alejada de responsabilidades. Y otra vez la farsa. Porque teníamos, mi hermana y yo, las responsabilidades que no debíamos tener. Pero mi mente me dice que teníamos todo el tiempo del mundo, que solo era necesario despertar cada día para ser felices, que la vida era placentera, y que todo nos era dado por añadidura. Mi cerebro me dice ojalá