De nuevo por un día en mi barrio de Madrid, donde aprendí a andar y a sonreír a los amigos.
El barrio donde descubrí que había chicos y chicas, y que jugar al rescate puede ocupar toda una tarde. Igual que el verano podía ocupar lo que dura un día comiendo pipas en el parque .
Un barrio que tenía un cuarto allá arriba, donde aprendí a soñar desde mi ventana, y mi mente a volar por futuros más halagüeños.
Un barrio del sur de Madrid donde fui un niño feliz, que solo pensaba en jugar con sus amigos en cuanto sonara el telefonillo, hasta que su madre le llamara a voces desde la ventana.
Dejé el coche donde mi padre aparcaría probablemente cientos de veces. Inicié el camino hacia mi colegio como hacía cada mañana y cada tarde. Subí las mismas cuestas, atravesé el mismo túnel bajo la carretera de Extremadura, y sentí el mismo miedo que antaño a ser atracado sin escapatoria posible. Aun se mantienen las mismas pintadas, las mismas baldosas en el suelo. Reconocí en el trayecto la misma panadería donde mi madre me compraba aquellos bollos y tostas de anís a la salida por la tarde del cole.
En el colegio San Buenaventura ( 50 aniversario ya ), nos reencontramos aquellos niños y niñas que fuimos. Lo bueno de estas citas es que continúas las mismas conversaciones que entonces dejaste inacabadas cualquier día, pareciendo que no ha pasado ningún tiempo desde entonces. Recuperas aquellas sensaciones al instante, sin necesitar hablar de la realidad diaria, salvo alguna puesta al día en lo referente a hijos y situaciones laborales. Para enseguida volver a las anécdotas , motes de los profesores, filias y fobias de esos años.
Vuelta a las cañas en el bar del "Faustino" o en La Jaca. Lamentamos el cierre de la papelería o de los recreativos donde puede que pasáramos más horas de las debidas.
Las clases donde nos enseñaron lo que nos dejamos, y el campo de tierra donde aprendí a jugar al fútbol y la piscina donde aun no sé como no me ahogué. Aquellos primeros amores , por lo general no comunicados ni correspondidos.
Y de vuelta a casa por la noche, pasando de nuevo por el túnel, me invadió un nuevo temor: el de llegar a casa ya de noche, sabiendo lo que me encontraría al abrir la puerta. Me invadió de nuevo ese pánico a la noche, a las voces , al ambiente denso que se introduce por la boca y te oprime el pecho.
Llegué al coche, me senté dentro, y solo al arrancar el motor y echar el seguro, comprobé que aquel era mi pasado, desde el que tomé impulso para llegar hasta éste que soy hoy.
El barrio donde descubrí que había chicos y chicas, y que jugar al rescate puede ocupar toda una tarde. Igual que el verano podía ocupar lo que dura un día comiendo pipas en el parque .
Un barrio que tenía un cuarto allá arriba, donde aprendí a soñar desde mi ventana, y mi mente a volar por futuros más halagüeños.
Un barrio del sur de Madrid donde fui un niño feliz, que solo pensaba en jugar con sus amigos en cuanto sonara el telefonillo, hasta que su madre le llamara a voces desde la ventana.
Dejé el coche donde mi padre aparcaría probablemente cientos de veces. Inicié el camino hacia mi colegio como hacía cada mañana y cada tarde. Subí las mismas cuestas, atravesé el mismo túnel bajo la carretera de Extremadura, y sentí el mismo miedo que antaño a ser atracado sin escapatoria posible. Aun se mantienen las mismas pintadas, las mismas baldosas en el suelo. Reconocí en el trayecto la misma panadería donde mi madre me compraba aquellos bollos y tostas de anís a la salida por la tarde del cole.
En el colegio San Buenaventura ( 50 aniversario ya ), nos reencontramos aquellos niños y niñas que fuimos. Lo bueno de estas citas es que continúas las mismas conversaciones que entonces dejaste inacabadas cualquier día, pareciendo que no ha pasado ningún tiempo desde entonces. Recuperas aquellas sensaciones al instante, sin necesitar hablar de la realidad diaria, salvo alguna puesta al día en lo referente a hijos y situaciones laborales. Para enseguida volver a las anécdotas , motes de los profesores, filias y fobias de esos años.
Vuelta a las cañas en el bar del "Faustino" o en La Jaca. Lamentamos el cierre de la papelería o de los recreativos donde puede que pasáramos más horas de las debidas.
Las clases donde nos enseñaron lo que nos dejamos, y el campo de tierra donde aprendí a jugar al fútbol y la piscina donde aun no sé como no me ahogué. Aquellos primeros amores , por lo general no comunicados ni correspondidos.
Y de vuelta a casa por la noche, pasando de nuevo por el túnel, me invadió un nuevo temor: el de llegar a casa ya de noche, sabiendo lo que me encontraría al abrir la puerta. Me invadió de nuevo ese pánico a la noche, a las voces , al ambiente denso que se introduce por la boca y te oprime el pecho.
Llegué al coche, me senté dentro, y solo al arrancar el motor y echar el seguro, comprobé que aquel era mi pasado, desde el que tomé impulso para llegar hasta éste que soy hoy.
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