Ya los días alargan su luz. Y eso ya sabes que significa que tu tranquilidad se acaba. Ya pasa el tiempo de la hibernación, de la letargia, de la apatía. Y eso ya sabes que acabará con tu tranquilidad
Porque estoy de vuelta. Porque me verás morir, pero no me verás morirme.
Porque ya pasó el tiempo de lamentarse, de dejarse ir, de lamernos las heridas.
Aquí estoy. Dando un paso al frente. La zona de confort no está hecha para mí. Y sabes que el terremoto se avecina.
La vida , esta vida, mi vida, es diversión, es aventura, es riesgo, es una huida hacia adelante.
La vida es salir a la calle cuando está lloviendo, y chapotear en todos los charcos mientras otros, serios, responsables, equilibrados, se quedan en casa viendo la lluvia a través de los cristales del salón de sus miedos.
Yo no. Yo voy a empaparme bajo la lluvia y allí esperaré a que salga el sol y seque mis ropas.
Mi corazón galopa encerrado en mi pecho, pide a gritos salir de su confinamiento, y mi alma, vendaval indomable, huracán desatado, no puede atarse al conformismo.
Los días alargan, y en mí florecen las ansias por vivir hasta el último segundo, de recorrer todos los rincones de la vida.
Súbete a mis hombros, agárrate a mis brazos, conviértelos en alas, y vuela conmigo.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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