Se quedó solo en aquella carretera. Sólo con los recuerdos de media vida junto a ella. Sólo con el olor de su ropa, sólo con el estruendo de su silencio, con su cuerpo inerte junto a él.
Ya nadie iría a buscarle a los bares para que dejara de beber; ya nadie lloraría en silencio su pena, nadie se moriría de dolor para no abandonarle; ya nadie escondería su infierno a sus hijos.
Sólo le quedó una huida hacia adelante; incapaz de vivir sin ella, incapaz de quitarse la vida, hizo todo lo posible para que la muerte llegara antes de lo debido.
Ya nadie fue a buscarle a los bares. No valoró, y quizá nunca lo supo, el dolor , el daño que a su alrededor causaba. A sus hijos les hubiera bastado con llegar a casa cada día y encontrarle allí, sonriente, quizá viendo la tele, quizá haciendo una tortilla de patatas, quizá mirando por la ventana, recordando su vida con ella, o recomponiendo los pedazos de su corazón para seguir viviendo.
Pero buscó la muerte, lentamente, vaso a vaso, cigarrillo a cigarrillo, consumiendo su tiempo a la par que su cuerpo.
Y al fin, la muerte acudió a su llamada, adelantando su llegada, para que compartiera junto a ella esa eternidad que de jóvenes se prometieron.
Comentarios
Publicar un comentario