Cuando lo escucho, siento que empieza a anochecer y que me llaman para que inicie el camino de regreso a casa.
Suena un irrintzi en la ladera del valle
Se que suena. No lo oigo. Y se que suena.
Lo oyeron cientos antes que yo
Llegó a mí a través de los caminos que surcan el valle.
Suena un irrintzi y se estremecen los helechos que tapizan el bosque
Y el musgo a los pies de los robles, centenarios. Robles.
Suena. El irrintzi suena. Y yo lo oigo.
Ahora se le suma una txalaparta. Sístole y diástole que tapiza mis arterias de clorofila, torrente de memoria, compuerta de la presa que se abre y riega todo mi ser de aroma a eucalipto, de latxas pastando al sol de verano.
En la ciudad del asfalto lo oigo. En la ciudad plomiza, de cielo plomizo.
Se está haciendo de noche ya. Llega. Oscura, profundamente eterna.
El aita llama a la hija que pastorea las latxas.
Se hace de noche. He de regresar a la casa. Allí, ya me esperan. Ellos.
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