Se arregló como hacía tiempo que ya no se arreglaba.
Se ilusionó como ya , ni ella ni nosotros, lo recordábamos.
Nunca olvidaré su emoción al recibir aquel regalo en forma de dos entradas para ir al teatro La Latina a ver a Lina Morgan. Ella, con él, volvían a salir de nuevo en una velada diferente que los sacaba de su realidad. Probablemente volvieron a sentirse como aquellos jóvenes que se conocieron en la calle Goya. Ya llegaría el día siguiente para devolverles a sus rutinas.
Aún así, nosotros recibimos de ellos la mejor de las herencias, intangible pero no exenta de costes. Nunca faltó en casa ni música ni libros. Eran socios del mítico Círculo de lectores, y cada mes , o cada trimestre, no lo recuerdo ya bien, llegaba puntual la revista a casa. Escogíamos minuciosamente, no se podía derrochar, el pedido de algún libro o de un LP. Así tuvimos una gran biblioteca y una importante discoteca. Heredamos así una verdadera pasión por la cultura. Nunca nos faltó dinero para esto.
Añoro profundamente Disco Play y Toni Martin, que estaba en Martín de los Heros, justo enfrente de la droguería de mis abuelos maternos. Ahora apenas hay tiendas de discos, pero sí hay muchas librerías. Me es imposible pasar por delante de una de ellas y no entrar. Y adquirir algún libro para, quien sabe, leerlo algún día. Y sentirme orgulloso del camino recorrido para no tener que contar las monedas y saber que me llegará para comprar el que quiera. Me vengo a diario de la vida que ellos tuvieron que llevar en sus últimos años. Soy carne de psicóloga.
Mi padre y mi madre fueron una tarde al teatro. Y nos compraron muchos libros. Nos pagaron unos estudios. Nos llevaron al cine. Y, sobre todo, nos llevaron a ser lo que un día llegamos a ser.
Hoy, mi padre hubiera cumplido 81 años.
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