Apenas hace un mes que ha muerto mi madre, y me encuentro en la cafetería de la Facultad, tratando de verla por última vez antes de que el verano nos separe quizá definitivamente. Al entrar por la puerta , ella es lo primero, o quizá lo único que veo. Hablamos largo rato, y a cada momento deseo pedirle que nos veamos por la tarde, y a cada momento no me atrevo. Si se lo pido, estoy seguro de que iremos construyendo un futuro juntos; estoy seguro de que pasearemos muchas tardes por el Madrid de los Austrias. Seguro que me acompañará por los momentos duros de mi vida, que me hará sentir único, amado, deseado, especial. Pero no me atrevo a pedírselo. Si se lo pido, estoy convencido de que en nuestra boda leeremos a Benedetti, el Principito, a Neruda. Iremos a conciertos de Ismael Serrano, a pequeños cafés donde nos amaremos, o nos dejaremos infinitas veces. Pero no me atrevo a pedírselo. Seguro que sí se lo pido, llegare tarde a esta cita, y ella me estará esperando como yo llevo toda la vida esperándola a ella. Seguro que si se lo pido, tendremos dos hijas que darán sentido a la vida, dos hijas que vendrán después del dolor y de la decisión más dura de nuestra vida. Seguro que si se lo pido la haré sufrir multitud de ocasiones, las mismas que ella me amará y me enseñará el significado de tantas palabras hermosas ancladas para siempre a mi corazón.
Pero no me atrevo a pedírselo . Y mientras me armo de valor, no puedo dejar de mirar esos ojos llenos de vida, esa boca que promete el paraíso, esas manos, pequeñas manos que recorrerán todo mi cuerpo antes de acunar la vida que su vientre engendrará; es así como sólo yo oigo las campañas que Neruda nos dice, es así como siento que ella dejará quizá de ser la utopía que nos cuenta Benedetti. Si me atreviera , quizá un día como hoy, dentro de 21 años esté escribiendo estas palabras, mientras sueño con nuevas ilusiones junto a la mujer que me enseñó el significado de la vida.
" ¿quieres quedar conmigo esta tarde a tomar algo? " .
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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