Escribe Borges que sólo el ser humano es mortal. El resto de especies viven como inmortales porque desconocen su finitud. El hombre es consciente de ello y por tanto la muerte se convierte en el motor de la vida, en el origen de sus actos y decisiones. La muerte le da sentido a la vida. Sí no, seríamos los trogloditas del cuento de Borges, malviviendo tumbados sin realizar ninguna acción. La vida en sí, o por sí misma, no tiene ningún sentido. Debemos transitarla como recomienda Schopenhauer, tratando de evitar el dolor y el sufrimiento en la manera de lo posible, sin grandes expectativas, para acercarnos a algo parecido a la felicidad.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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