Ella le despertaba cada mañana saltando sobre su cama
Él fue el primer hombre al que amó
Él la arropaba cada noche con el mismo cuidado con que se envuelve el mejor de los regalos
Ella fue la última mujer que le rompió el corazón.
Juntos, un día de abril, plantaron un rosal en el jardín. Él le decía que jamás habría una flor más hermosa en la rosaleda que la que ahora le miraba.
Juntos, cogidos de la mano, cruzaron la calle invisibles entre la multitud.
A veces, él le soltaba la mano, como se suelta el sillín de la bici para que volara ella sola.
Si era invierno , le abrigaba con su propio jersei. Si verano, se bañaban felices, eternos, en el mar de la felicidad.
Él sabía que todo acaba. Ella desconocía que la vida pasa. Corrían por la arena y él fingía que se dejaba coger, y así rodar por el suelo y abrazarla para que la arena no se escapara entre sus dedos.
Cuando él ya no estuvo, ella siguió regando el rosal del jardín, que al fin y al cabo, muchas veces era lo único que le quedaba.
Él fue el primer hombre al que amó
Él la arropaba cada noche con el mismo cuidado con que se envuelve el mejor de los regalos
Ella fue la última mujer que le rompió el corazón.
Juntos, un día de abril, plantaron un rosal en el jardín. Él le decía que jamás habría una flor más hermosa en la rosaleda que la que ahora le miraba.
Juntos, cogidos de la mano, cruzaron la calle invisibles entre la multitud.
A veces, él le soltaba la mano, como se suelta el sillín de la bici para que volara ella sola.
Si era invierno , le abrigaba con su propio jersei. Si verano, se bañaban felices, eternos, en el mar de la felicidad.
Él sabía que todo acaba. Ella desconocía que la vida pasa. Corrían por la arena y él fingía que se dejaba coger, y así rodar por el suelo y abrazarla para que la arena no se escapara entre sus dedos.
Cuando él ya no estuvo, ella siguió regando el rosal del jardín, que al fin y al cabo, muchas veces era lo único que le quedaba.
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