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Cuando la noche es eterna

 Repentinamente, en medio de la noche, los ojos se te abren como impulsados por un resorte. No sabes que te ha despertado así. Todo empieza a ocurrir muy deprisa. La respiración se acelera. Los pensamientos, conscientes e inconscientes se agolpan en tu mente. 

No puedes seguir acostado. Necesitas levantarte. Moverte. Angustia, esa es la palabra que lo describe, una inmensa angustia. Tienes la impresión de que ya no va a desaparecer, de que no hay manera de acallar el estruendo. Sientes miedo a todo, miedo a la vida, miedo a la muerte, miedo al pasado y al futuro, miedo a no poder volverte a dormir, miedo a que se perpetúe el miedo. 

Necesitas andar, correr, volar. Harías lo que fuera porque termine el tormento. Lo que fuera. Y lo piensas. Quieres llorar. No sabes como reaccionar. Las otras veces encontraste su consuelo, como tantas veces en la vida en otras situaciones. Te abrazaste a ella, pero solo unos segundos porque enseguida necesitabas volver a moverte, recorriendo la habitación de lado a lado cientos de veces como haría un animal en su jaula. 

Muy poco a poco, tras varias horas de autocontrol , de caricias, de amor, de agotamiento, caías de nuevo rendido en la cama. 

Hoy ha ocurrido un nuevo episodio. Aunque ahora tienes nuevas herramientas que te ha enseñado tu psicóloga. Qué necesarios son las terapeutas en las enfermedades mentales. Porque sabes que tienes una enfermedad mental. Y ahora vas sabiendo como relacionarte con ella. 

Repentinamente, de nuevo, en medio de la noche, los ojos se abren como impulsados por un resorte. Te levantas rápidamente e inmediatamente comienzas el trabajo. " No va a pasar nada", " va a terminar enseguida", " no es nada malo", " no he de tener miedo, " y si vuelve, comenzaré de nuevo con la terapia". 

Y así, vas controlando rápidamente esta nueva crisis de ansiedad. Te pones enseguida a realizar tareas que distraigan a tu mente, lees, escuchas música, estudias si es necesario. Incluso te pones a cocinar. Si hubiera hecho falta te habrías ido a la calle a pasear. Esta vez, tuviste algo de suerte porque tenías que ir a buscar a tu hija. Pero al volver, sabías que no podías acostarte. Y volviste a hacer tareas. Hasta caer de nuevo rendido a las 7 de la mañana. Y dos horas después a trabajar. Roto. Como si hubieras corrido una maratón. Agotado física y psíquicamente.

Sabes, que cuando llegue la noche, tendrás miedo de irte a dormir. En cualquier momento, la mente te golpeará de nuevo un aldabonazo en la puerta de sueño. Pero tendrás que estar preparado para decirte que no pasa nada, que terminará, y que podrás volver a estar tranquilo. 

El camino será largo. Has ido acumulando muchos estímulos en las distintas partes de la mente. Tardarán en desaparecer, si es que llegan a hacerlo. Pero en estos últimos años has aprendido mucho sobre como actuar. Aunque cuando los ojos se abren como un resorte, el tsunami que invade tu mente es arrasador. Es imposible que no deje secuelas. Hay que tener mucho valor para no rendirse. Y tú, no lo vas a hacer. Nunca lo has hecho. 

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