Ya es ocho de mayo. En las próximas 24 horas os llenaré el muro de sentimientos, porque hubo otro ocho de mayo en que la vida venció a la muerte. Otro ocho de mayo que llenó el mundo de luz, una pequeña vela , una pequeña candela iluminando todo un universo. Otro ocho de mayo que ha llenado mi vida de torbellinos , de vendavales , de risa , de alegría. Otro ocho de mayo que llenó la vida de síes. Candela, hacemos...? ¡Sí! Candela vamos a...? ¡Sí! Candela quieres...? ¡Sí!
Hubo un primer ocho de mayo. Ya nunca fui el mismo. Ya nunca seré el mismo. No me sueltes de la mano. Si lo hicieras, me perdería.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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