Las madres engendran madres que perpetuarán la vida. Miles de madres me trajeron hasta aquí, hasta este instante donde lamento no haber podido contribuir salvo de ínfima manera a este milagro.
Madres que engendran madres, y que arriesgan la vida por ellas; qué diferente hubiera sido la Historia si hubieran sido las madres las que la escribieran, las que hubieran gobernado este mundo.
Este ha sido , y es, un mundo machista. Yo me crié entre madres, madres que eran y madres que después fueron; admiro su sensibilidad, su inteligencia, su intuición, su maquiavelismo para conseguir lo que quieren.
Pero también lamento su sufrimiento, su sumisión forzada, su aislamiento, su indefensión, su injusticia vivida siglo tras siglo.
Las madres nos dan su vida, y después las olvidamos en un cajón.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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